lunes, 13 de junio de 2011

Isis

La viuda fiel.

Isis, consorte de Osiris, desempeñó un papel importante en la mitología egipcia desde época temprana. Rescató el cuerpo de su esposo y se sirvió de sus poderes mágicos para reavivarle durante el tiempo suficiente para concebir un hijo: se transformó en gavilán y agitando el aire con sus alas le insufló el aliento vital. Según otra versión del mito, Isis quedó preñada de un fuego divino.

Al saber que estaba embarazada, Isis corrió a las marismas del delta del Nilo para ocultarse de su hermano Set, que sin duda intentaría causarle algun daño o incluso martar al niño. Dio a luz un niño divino, Horus, en la localidad de Chemis, cerca de Buto, y allí lo crió, protegida por varias deidades, como Selket, la diosa escorpión, y esperó hasta que Horus tuvo edad para vengar a su padre.

El culto fue traspasando las fronteras de Egipto en el transcurso del tiempo. A finales del siglo I o principio de II d. C, el griego Plutarco escribió una versión del mito de Isis y Osiris según la cual Osiris era un rey de Egipto que recorrió el mundo enseñando a la humanidad la agricultura y las artes. Set sentía celos de su hermano y conspiró con sus seguidores para destronarlo. Mandó construir un hermoso cofre con las medidas de Osiris y en el transcurso de una fiesta anunció que se lo regalaría a quien encajase exactamente en su interior, Osiris se tendió dentro y comprobó que encajaba prefectamente; Set y los demás conspiradores clavaron la tapa y lo sellaron con plomo fundido. A continuación, arrojaron el ataúd al Nilo, que siguió por el Mediterraneo y fue a parar al Líbano. Isis lo recuperó y lo llevó a Egipto y sólo lo dejó cuando fue a ver a Horus a Buto. Una noche, mientras Isis estaba ausente, Set fue a cazar al delta y encontró el ataúd. Lo abrió, dividió el cuerpo de Osiris en catorce pedazos y los desperdigó por todo Egipto. Isis enterró cada trozo en el mismo sitio en que lo encontró, pero no pudo encontrar el pene, porque se lo había comido un pez, razón fundamental por la que, según Plutarco, los sacerdotes egipcios no comían pescado.