viernes, 20 de enero de 2012

Mitos de los orígenes.

Radiante, Negra Aflicción y el Viento Kármico.

Cuentas los viejos mitos que en una época, cuando nadie existía, nacieron dos luces. Una era negra y se llamaba Negra Aflicción (myal ba nag po), la otra blanca y se llamaba Radiante ('ob zer ldan). Después, del caos surgieron arroyos multicolores de luz que se separaron como un arco iris y de sus cinco colores surgieron la dureza, la fluidez, el calor, el movimiento y el espacio. Estos cinco elementos se unieron y fusionaron para formar un enorme huevo; después, Negra Aflicción produjo la oscuridad a partir de ese huevo y llenó la oscuridad con la peste, la enfermedad, la desgracia, la sequía, el dolor y toda clase de demonios. La brillantez llenó el mundo con la luz de bondades propicias y emitió vitalidad, bienestar, alegría, prosperidad, longevidad y un grupo de dioses benévolos que derramaron bendiciones sobre la creación. Cuando se aparearon dioses y demonios, de los huevos que surgieron nacieron seres de todas clases, y estos hijos, a su vez "hicieron magia" los unos con los otros hasta que el mundo se llenó con sus descendientes. En algunos casos, los relatos sobre estos seres están muy localizados. Los árboles, montañas, ríos, lagos y rocas que constituyen el paisaje sagrado se consideran las moradas de dioses y demonios o dioses y demonios propiamente dicho.

La mitología del budismo fue sustituyendo gradualmente las ideas indígenas, que trataban de explicar los ciclos periódicos del tiempo cosmológico. Para el sabio indio, los espíritus y demonios locales pertenecen al reino del maya, o ilusión. Según las creencias budistas, el universo actual es el efecto residual del karma, las acciones de los habitantes de un universo que ha dejado de existir. Es el viento del karma lo que primero se mueve en el universo vacío, no el capricho creativo de un demiurgo. Por último, este viento kármico se hace tan denso y espeso que puede servir de apoyo a la lluvia que se precipita desde arriba, y entonces surge un océano cósmico, en cuyo centro se yergue Sumeru, la montaña del mundo. Cuando se llena el contenedor exterior del universo, tras millones de años de evolución, empiezan a manifestarse los seres sensibles cuyo destino consiste en vivir en el mundo. Al principio tienen cuerpos hechos únicamente de mente y habitan en el cielo, hasta que, por último, adoptan una forma sólida, carnal, y viven en la tierra material. Tras eones de malas obras, moran en los abismo más profundos del infierno, en las entrañas de la tierra, y allí permanecen hasta que el universo empiece a deshacerse, al final de los tiempos.