miércoles, 19 de septiembre de 2012

Odín.

Señor de Asgard.

En las creencias vikingas, Odín, el Todo-Padre, era señor de Asgard y heredero de la lanza de Tiwaz, que le confería el dominio en las batallas. Su antecesor, Wotan, era el dios supremo de los longobardos y otras tribus germánicas. Al igual que Wotan, Odín estaba estrechamente vinculado con los infiernos y los muertos. Era dios de los reyes, apoyaba a los jóvenes príncipes prometedores y les daba espadas mágicas y otros regalos en señal de su predilección, pero los destruía implacablemente cuando llegaba el momento. La cremación, necesaria en muchos casos para deshacerse de los cadáveres después de la batalla, se asocia con el culto a Odín.

Existen numerosos relatos sobre los fieles seguidores de Odín, los berserks, que llevaban pieles de oso o de lobo en combate y se entregaban a un éxtasis que les insensibilizaba al dolor. Odín también podía conceder el don del éxtasis a poetas y oradores, y en la poesía islandesa existen numerosas referencias al aguamiel mágica que obtuvo el dios, que concedía la inspiración. Odín otorgaba riquezas a sus seguidores, simbolizadas por su anillo, Draupnir, que se multiplicaba para garantizar una buena cantidad de oro.

Además, Odín era dios de la magia y la adivinación, sobre todo en el contexto militar. Se le ofrecían sacrificios de prisioneros de guerra, a quienes se ahorcaba o apuñalaba. Tales sacrificios podían ser una forma de adivinación, pues se creía que los últimos movimientos de la víctima predecía la victoria o la derrota. El propio Odín se ofreció en sacrificio ahorcándose del Árbol del Mundo con el fin de conocer los símbolos rúnicos empleados en la adivinación y dio un ojo para obtener el conocimiento, tras lo cual se presentó en la tierra en forma de anciano tuerto, con una capa y un sombrero de ala ancha o capucha. Iba constantemente acompañado por seres que frecuentan el campo de batalla, lobos y cuervos, y dos de estas aves le llevaban las noticias de las batallas del mundo entero. Poseía gran habilidad para cambiar de forma y enviar su espíritu convertido en ave u otro animal, circunstancia que, junto a la capacidad de viajar al reino de los muertos, le asemeja a los chamanes de los pueblos del norte de Eurasia.